18 jun 2008

El Juego (perder para poder encontrar)

Lo que más le duele es saber que se había anticipado al juego. Desde el primer movimiento conocía el fatídico desenlace, esos quiebres que se producirían en la última jugada, pero no cree en el destino.
Aunque sin éxito, logró engañarse en el punto medio, congeló la jugada, el todo resumido a un casillero. Las otras piezas se cayeron sobre el tablero como inmoladas por la verdad.

(Un manojo de frases viejas giran para tener sentido, distinto, igual, totalmente diferente)

Si usted así lo desea juegue; cambie todo a la primera persona del singular o bien congele el juego como a un recuerdo, ahí en el horizonte desterritorializado de la memoria

14 jun 2008

La Mente en el Andén





El esfuerzo era enorme, desde hacía dos meses no salía nada inteligente de su boca. Más de una vez pensó en matarse, lo sé, vivo en su mente. Lo observo mirar las vías, inmensamente seducido, como con las piernas de una mujer, tan extensas y filosas como eternas y frías. La eterna Duda…… nunca creyó realmente en dios, así que no sabe que esperar. Cree que no tiene nada que perder, pero la verdad es que el miedo de perder esa nada le congela las piernas.
Casi sin meditarlo se baja en la segunda estación, recorre el andén con la mirada de pleno al suelo, los hombros caídos y una lágrima que por cobarde no visita al suelo. Un día más, tan igual a los otros y la nada que se disipa en los días de un almanaque amarillo. El sol le pega en la nuca, el calor le da in instante de bienestar. Pero lo peor vuelve a suceder, todos esos recuerdos vuelven a él. Tal vez seria mejor perder la memoria, maldice haber nacido “ser humano”. Mira el andén, una vez más, nadie pareciese verlo.


La retina poblada de imágenes de un tesoro que preferiría enterrar, se convierte en la asesina de su sensatez. Es invisible, en el intento de navegar pos su soledad, se convirtió en un ser de poca luz, intrascendente. Esa escasa fertilidad de palabras con la que se acercaba a los demás era su condena.
Cada día pasa tratando de encontrar en el viento, en la tierra, en el sol, aquellas sensaciones que alguna vez le llenaron el pecho y que hoy lo matan de apoco. Perdió la claridad en sus pensamientos, sus ojos reflejan la oscuridad que inunda su alma. La estación vacía pareciera hablar de él.
Entregarse, una voz de la conciencia le dicta la sentencia, pero su rutinario modo de existencia lo cohíbe. Sólo ese recuerdo yace inmutable, la mujer de siempre, desnuda, tendida sobre su cama y sus manos masculinas intentando burlar el paréntesis que simplifica su cuerpo.


La busca en las líneas de su piel. Sus ojos se nublan en lágrimas. Un
estruendo lo vuelve a la realidad, el tren se acerca, su respiración se
agita, la vida misma clava sus pies al piso, lucha. Morir de a poco, morir
en un instante, que importancia tiene? Un grito crece dentro de él mientras
el tren se acerca cada vez más. Una mujer pasa por su lado, sin detenerse lo
mira un instante, sonríe y sigue su camino.
No es el mismo, busca los hechos que doblaron sus sueños, es la representación de todos aquellos que intentaron convertirlo en su víctima. Hoy, absolutamente inerte de fantasías conforma la reacción de su voluntad.

Y nuevamente la mujer, de su plexo emanaba aromática femineidad, una mezcla entre pasión y ternura que lograba enredarlo para transformarlo en una fiera. Sus dos ojos brillantes, claramente posados en los suyos invitándolo a conquistar su cuerpo, profanando sus deseos.
Sus manos se vuelven fuertes, posibles de sentir. Saborea ya en el aire, su deseo primitivo de vivir. Entiende que están hechos los hombres, él mismo.

Un pequeño retazo de algodón cubriendo su sexo y desplegada sobre el lecho lo espera, el fino cabello negro desparramado sobre la almohada. Atentamente la vigila, la experimenta con distancia, guardando para sí el placer de contemplar algo que no se tiene y se desea, no sea ya no se lo quiera después.
Encuentra en su pecho un latir descontrolado, que se confunde de dolor y pasión. Muestra los dientes como un animal hambriento, listo para desgarrar cualquier límite para convertirse en uno para siempre por un instante. La fuerza que mueve su cuerpo va más allá de su razón y entendimiento. No quiere volver a morir jamás, ya no es el mismo.

El sonido lo desvela, perdió milésimas de su vida, tieso, estático en el anden mientras su cerebro reproducía la noche que no distinguía entre lo real y lo imaginario. Podría pasar años en sesiones de terapia, consultar a gurúes, encontrar su talismán, o adoptar una geisha. Ese instante, tan igual, tan diverso, la mujer, el placer, pertenecían a la cornisa del entendimiento, fuera de las fronteras de su razón. Causa viva de que esas vías seguían esperando, audaces, su cuerpo.
Lo sé, vivo en su mente.



Davigolas y Clepsidra.-