Polillas en un laberinto, cuervos en el placar.

Un placar puede ser un laberinto. Un laberinto sin salida para aquellas bellas prendas, algo viejas, que quedaron al pie de la pila, o colgadas en la percha debajo de un soberbio abrigo de invierno. Están encerradas a la espera que alguien las vea, sin intimidar o llenar de culpa.
Las pobres son víctimas del paso del tiempo, como si ya nadie pudiera verlas sólo por cumplir más de una temporada, como si simplemente la moda convierta al placar en un vulgar cementerio con polillas en lugar de cuervos.
Cuando vuelven más que resucitadas son como zombis, porque para poder salir del cementerio necesitan de otras prendas, más nuevas, que oculten la palidez, viven de ellas, las fagocitan. Son como actores o disfraces.