Confucio

Hace unos días recibí una invitación de un centro de inglés, conocido por regalar cursos en Operación Triunfo, para estudiar durante una semana gratis. Era obvio que me querían vender un curso, pero me interesaba, hace mucho estudié inglés y mi pronunciación se cae a pedazos.

Me sorprendió leer en el mail “un ascensor con su nombre la estará esperando”. Pensé, que exagerados, tanto lío para comunicarme que tengo que ir al primer piso. Un ascensor con mi nombre??, pero paremos un poco.
Aunque a decir verdad, fantaseaba con un ascensor empapelado con mi nombre y fotos en las que lucía súper sexy al mejor estilo “quiero tener dos hijos aunque pose en bolas chupando un cucurucho" o "con el cucu estamos re enamorados no me importa que tenga 83 años" o "no tengo frio esta re "in" apoyar el orto en la nieve".

Fui a la entrevista, había unas oficinas, había carteles, había sillones, y si bien no había un Marley, en su lugar había chicas con cara de feliz Pumple, pero para mi sorpresa, NO HABÍA ASCENSORES.
Entiendo la mentira piadosa por lo cual que la semana no sea un regalo y termine empeñando mi vida, y no por un sueño, no me sorprende. Ahora, que no este el ascensor!!! Con que necesidad señores.

Ayer iba en el colectivo meditando sobre lo comercial que se volvió todo, el mundo de los estudios, las comidas rápidas y las lentas, los viajes, todo está revestido de marketing. Hasta te quieren personalizar un Ascensor para venderte un curso de inglés.

(….)

Y ahí, en la soledad de mi mente me di cuenta, no decía Ascensor, decía Asesor.


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En nuestra próxima edición: “Las aventuras del tío Palmera”